Por Pablo Rossi *
Celebrar la democracia con una fiesta parece poco sobrio, desmesurado y poco atinado. Pero no me sorprende porque lo mismo hizo Cristina Kirchner en 2013. Celebraba y bailaba en Plaza de Mayo mientras morían argentinos en muchos rincones del país, se sublevaban las policías provinciales y ponían a la población en zozobra.
En Córdoba, había un estado anárquico. Sin custodia, se multiplicaban los saqueos. La gente andaba desaforada y temerosa. Pero la expresidenta bailaba en la plaza con Moria Casán y las murgas. Tal desconexión con la realidad marcaba, como siempre, que a Cristina le importaba la pompa, la fiesta, la superficialidad, ella y los suyos.
Una celebración sectaria para pocos. Para los que estaban ahí. Grandilocuente, con los fondos del Estado. Mientras la entonces mandataria hacía eso, moría gente en la Argentina.
¿Puede el país celebrar esto? La verdad es que no debería. Sin embargo, vuelve a ocurrir. Y después de aquel 2013 trágico y dramático, Cristina Kirchner se fue deteriorando. Y su mano, la Argentina.
Hasta que pierde las elecciones en 2015 y aparece Cambiemos con la promesa de dejar atrás el populismo. Esa borrachera, esa orgía estatalista que asfixió y dividió ex profeso a los argentinos entre unos y otros. Entre los buenos y los malos. Entre los “gorilas” y los “nacionales, populares y buenos”.
Pero volvieron. Por muchas razones volvieron. Y vuelven a hacer lo mismo con el viejo truco. Esta es la advertencia. No dar a nadie por acabado en términos políticos. Cristina es un ejemplo. Multiprocesada, vapuleada políticamente y con múltiples pruebas sobre el latrocinio de corrupción que se cometió durante 12 años.
Sin embargo, el fracaso económico y la deriva de la crisis que tuvo el gobierno de Cambiemos hizo que la vicepresidenta volviera al peronismo con la nariz tapada. Apareció Sergio Massa, que había sido astilla del mismo palo para vencer en 2013 a esa Cristina con una bulimia de poder inacabable.
Ese mismo Massa que le puso un freno y dijo que iba a perseguir a los corruptos encontró la manera de volver al redil junto con Alberto Fernández, que también con la fe de los conversos se había transformado en el principal ariete opositor. Decía las peores cosas de su actual socia.
Todo esto que cuento está oculto hoy bajo la alfombra de los oropeles del festejo fatuo y hasta chabacano, provocador e inmoral. Inmoral porque los que van a celebrar hoy en Plaza de Mayo no le pueden dar respuestas ni siquiera a los propios, a los pobres que los votaron.
Los pobres que los votaron forman parte de una clientela electoral presa, sojuzgada, sin horizonte. 3.800.000 chicos y jóvenes que no pueden completar la canasta básica de alimentación. Pobres de toda pobreza. ¿Eso festejan? ¿Eso celebran hoy Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Lula da Silva?
¿Esa es la Patria Grande del 32% del electorado? ¿Y el otro 68% a dónde lo ubican? ¿Qué lugar tiene ese porcentaje del electorado en la plaza? Si no hacés la V de la victoria, ¿dónde vas? Si no profesás tu credo kirchnerista, ¿qué lugar te dejan allí? ¿Es la fiesta de la democracia o la fiesta de Cristilandia?
¿Cómo pudieron apropiarse de los derechos humanos, malversar tantas banderas y mantener esa temeridad? ¿Será por la mansedumbre del resto? ¿La oposición debería hacer un contraacto contracultural? ¿Cómo deberíamos manifestar nuestra fé democrática los que no participamos de esta festichola armada con millones y millones de pesos salidos de las arcas del Estado?
Me da vergüenza ajena y también una profunda pena. Los radicales hoy deberían estar celebrando en alguna parte a Raúl Alfonsín y reivindicando aquella gesta que fue del total de la ciudadanía. Volver a obtener la democracia si fue un logro conjunto. El Nunca Más, un pacto para que nunca más el autoritarismo, ni la dictadura, ni el terrorismo de Estado.
Pero nos olvidamos y se colaron otras cosas. Volvieron otros terroristas a hacer de las suyas. Volvieron vengativos. Volvieron los autoritarios, disfrazados de otra manera. Por eso es que aquel Nunca Más quedó lánguido, pese a haber sido poderoso en su momento.
Es por eso que hoy los radicales nunca más deberían volver a las minucias y al entretenimiento sectario, chiquito y minúsculo. Me dan vergüenza ajena también los Mario Negri, los Coti Nosiglia, los Martín Lousteau y muchos otros radicales. Rescato a tantos otros a los que les da vergüenza ajena este internismo ridículo, corporativo y de kiosquito chico.
Miren lo que hace el kirchnerismo mientras ustedes se pelean por migajas. Miren la fastuosa fiesta de la apropiación del Estado mientras ustedes se pelean para ver quién ocupa la vocería. Honren la memoria democrática de un partido centenario y pórtense como adultos políticos y no como niños caprichosos que si no les gusta, se llevan la pelota a casa. O como miembros de una casta política que tampoco da lugar a la renovación.
No tengo nada para celebrar en este 10 de diciembre de 2021. No tengo nada para celebrar en esa plaza sectaria pero lamentablemente tampoco tengo nada para celebrar del otro lado. Solo me quedo con el grito ciudadano en la garganta para pedir más justicia, más equidad, pelear por la libertad frente a los Estados autoritarios que nos encerraron no hace mucho tiempo, que conculcaron nuestros derechos constitucionales.
Me quedo con la gente de Campo y ciudad. Me quedo con la gente que se dice ciudadano independiente. Me quedo con aquellos que no se meten en la corporación política para ser parte de lo mismo.
*Editorial de Pablo Rossi en Hora 17 por La Nación Más.