En la previa del debate, cualquier análisis medianamente lógico imaginaba que Sergio Massa iría de banca y Javier Milei de punto. Es decir, que habría un David contra Goliat, un experto contra un advenedizo. Y exactamente esto fue lo primero que quedó en evidencia como conclusión más visible: Sergio Massa, el profesional de la política, montó una estrategia finamente planificada con su grupo de asesores, el mismo grupo que armó esta campaña del miedo que no tiene precedentes en la República Argentina.
Esta estrategia consistió en prolongar la campaña del miedo, con la oportunidad de darle la estocada final, el golpe de nocaut al rival. Del otro lado, un Javier Milei inexperto, sin un equipo verdaderamente profesional detrás, con el amateurismo político que lo caracteriza como fenómeno que irrumpió de golpe y en la recta final de esta carrera por la presidencia sin que prácticamente nadie lo hubiera visto venir.
Ya que Milei esté en esta final es un hecho disruptivo en sí mismo, pero, más allá de eso, si pensáramos el debate de anoche como una pelea de box, el resultado sería que ganó Massa por puntos. No consiguió ese golpe decisivo, no pudo sacarlo a Milei de la pelea, no lo puedo mostrar desestabilizado, y eso que tenía toda la artillería preparada para subrayar esa condición. Milei se cuidó especialmente de eso y buscó él también que la pelea se resolviera “en las tarjetas”.
Sergio Massa pudo explayarse a gusto y se mostró como un presidente de hecho, al que simplemente le falta el trámite de la consagración el próximo domingo. Aprovechó ese rol de líder extraoficial que maneja todos los rincones del Estado, por más que en términos subjetivos se trate de un profesional de la mentira frente a un inexperto que no supo cómo disimular sus propias falencias, incluso las argumentales.
Ahora bien, dicho todo esto, así como hay una coincidencia general en el análisis de los medios de comunicación y en la opinión de los periodistas políticos acerca de la superioridad de Massa y la incomodidad de Milei en el escenario, lo cierto es que las encuestas más inmediatas de los mismos medios de comunicación dan como resultado una opinión mucho más favorable al libertario. ¿Por qué se da este fenómeno? Porque, justamente, en un debate no se cruzan los dos contendientes como si se tratara linealmente de una pelea deportiva. Influyen mucho las cuestiones no gestuales, la emocionalidad sobre el débil y el despecho hacia el fuerte, sobre quién se muestra más autoritario, sobre quién se muestra más creíble o más auténtico, Y acá me detengo en la palabra “autenticidad”: no es un dato menor que, así como Massa es un profesional, su credibilidad está en el subsuelo. En cambio, Milei puede mostrar una credibilidad y una autenticidad mucho mayor que la del ministro de Economía.
Y esto puede ser para la gente un activo no menor si tenemos en cuenta que el voto es profundamente emocional y menos racional. Desde esa perspectiva pudo haber ganado Milei. Si mucha gente se decidió a cambiar su voto después de ver el debate seguramente eso es algo que se sabrá más adelante, pero lo más probable es que el duelo de anoche sólo haya servido para confirmar la elección previamente establecida. En mis propias redes hice una encuesta —que tiene por supuesto todos los condicionamientos relativos— y el resultado fue que más del 80% decía que tenía pensado ver el debate, pero que su voto ya estaba decidido. Es decir, que sólo un porcentaje marginal de los votantes puede llegar a decidir en función de lo que vio anoche por televisión.
Como conclusión, la Argentina votará el próximo domingo bajo emoción violenta. El debate no despeja dudas, el debate no quita incertidumbre, el debate puso en juego y en evidencia el montaje de las campañas. No hay un elemento que se haya puesto racionalmente en el debate que al ciudadano de a pie le dé alguna certeza de lo que pueda ocurrir el 20 de noviembre y posteriormente el 10 de diciembre. El candidato oficialista montó mejor una estrategia para captar los votos ajenos como el profesional de la política que es, y el demérito de Milei es que no pudo dejar en evidencia la gran carga que tiene este gobierno para explicarles a los argentinos este fracaso rotundo, estos niveles de pobreza, estos niveles de inflación y este nivel de aislamiento del mundo. Massa fue un profesional de la mentira y del disfraz que ocultó al kirchnerismo autor del desastre que nos toca vivir.
Veremos entonces si en el imaginario de la gente pesará más el disfraz de Massa o si se quedará con el amateur poco preparado, que debió defenderse de un rival avasallante. En todo caso, Milei es la única opción de ruptura o de cambio que les queda a los votantes si es que quieren evitar una profundización de este derrotero de devaluación y de malversación. No ya de una Argentina frente al mundo, sino ante sus propios vecinos. La gente tendrá la palabra el próximo domingo.